Reconocemos que cuidarse mutuamente en momentos de crisis y pérdida no es una tarea exclusiva de los servicios sociales y de salud. La mayor parte de la atención y el apoyo a las personas en fase terminal la brindan familiares, amigos, la comunidad en general o personas de contacto, quienes a menudo carecen de la formación, la experiencia o la confianza necesarias para afrontar la muerte. Las personas con mayor aislamiento social son particularmente vulnerables en estos momentos y dependerán en mayor medida de servicios profesionales que no siempre están disponibles de inmediato, son apropiados o fácilmente accesibles.

Por lo tanto, si todos estuviéramos un poco más conectados, informados, conscientes o experimentados en saber cómo ayudar y a quién acudir para pedir apoyo, pequeños actos de bondad podrían hacer una gran diferencia.